Litografía Portabella.. Libros. Aragón

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Arquitectura, Vida de Zaragoza

Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 12 de diciembre de 2022 última revisión

Autor: Luis Serrano Pardo
Sello editorial: Diputación de Zaragoza, Área de Cultura
Tema: Bibliografía de una empresa familiar, Zaragoza 1877-1945
Colección: Benjamín Jarnes
ISBN: 84-9703-079-6

Formato: Tapa blanda
Medidas:125mm. x 190mm.
Año lanzamiento: 2003
Nº páginas: 240 mas 80 láminas
Nº Colección: 6

Biografía de una empresa familiar. 1877 - 1945.
Premio “Benjamín Jarnés” de biografía, autobiografía y viajes convocado por la Diputación Provincial de Zaragoza, correspondiente a 2002. Autor: Luis Serrano Pardo. Imprenta Provincial. Zaragoza, 2004.

Litografía Portabella

La primera prensa litográfica llegó a Zaragoza hacia 1840 por iniciativa del impresor zaragozano Mariano Peiró, propietario de un taller de tipografía, uno de los más importantes de la Zaragoza de entonces. Pasados algunos años y en vista de las posibilidades y el éxito de esta novedosa técnica de impresión en la ciudad, a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX se establecieron en la misma un cierto número de establecimientos litográficos, aunque no tantos como titulares se conocen, puesto que en varios de los casos se trataba únicamente del traspaso de las máquinas y demás utensilios de unos a otros, con el consiguiente cambio de denominación.

Algo parecido sucede con Eduardo Portabella Arrizabalaga, quien en 1877 se asoció con el ya veterano litógrafo Lac y Millán que tenía el taller en la actual calle de Pardo Sastrón; poco después, en 1880, se trasladó al número 24 del paseo de la Independencia, donde Portabella figuraba como único titular del negocio. Los siguientes años fueron de intensa actividad en este local, en el que se imprimieron toda clase de trabajos, entre los que se incluyen una revista taurina para una editorial madrileña, el artístico Álbum del toreo, con la colaboración artística de Marcelino de Unceta, proyecto que no pudieron finalizar, y durante algún tiempo un suplemento dominical quincenal, en color, para uno de los diarios más importantes de Madrid, LA CORRESPONDENCIA DE ESPAÑA.

Sin embargo, su extraordinario prestigio como litógrafo lo alcanzó por el dibujo y la calidad en la impresión de carteles, por los que en sus mejores tiempos obtuvo el máximo reconocimiento nacional, e incluso internacional. Fueron premiados a finales del siglo XIX en exposiciones de Bruselas, París y Génova. Uno de los éxitos más destacados lo obtuvo en 1892, en competencia con otras diez empresas nacionales, al concedérsele el primer premio por el boceto realizado por el equipo de dibujantes de la casa, bajo la dirección del propio Portabella, lo que también suponía la impresión del cartel conmemorativo del IV Centenario del descubrimiento de América, convocado por el Ayuntamiento de la capital de España.

De todos estos grandes murales, fueron los taurinos los que le dieron su mayor popularidad en nuestro país, sobre todo durante los años en que el citado Unceta, por amistad y afinidad profesional con su propietario, fue el artista exclusivo de esta empresa; ambos eran grandes aficionados a los toros y esto se evidencia en los carteles impresos para las ferias taurinas de Zaragoza y otras localidades españolas, e incluso para plazas de toros francesas; además de los que se anotan en el libro, se sabe que todavía faltan ejemplares por localizar. Por los examinados, se advierte que por lo general, y para cada ocasión, del mismo boceto solían hacerse dos tamaños, desde 30 x 16 centímetros, los llamados de mano, hasta enormes cartelones de 252 x 139, impresos en seis fragmentos, que una vez unidos encajaban perfectamente, tanto en sus trazos como en los tonos de color. Hasta los primeros años del siglo XX los más habituales medían alrededor de 200 x 100 centímetros, compuestos por tres pliegos.

Para quiénes tengan algún interés por conocer cómo se realizaban estos trabajos, convendría explicar que el principio básico en que se fundamenta la impresión litográfica es el de la mutua repulsión entre las grasas y el agua, fórmula de la que supo sacar consecuencias el praguense Alois Senefelder, residente en Munich, para el descubrimiento o invención de la litografía, del griego lithos, piedra y graphein, grabar. Esta denominación está justificada por el hecho de que desde los primeros trabajos prácticos que se realizaron a comienzos del siglo XIX, hasta bien entrado el XX, para esta técnica de impresión, antecesora del offset actual, se estuvieron utilizando las conocidas como piedras litográficas, compuestas de carbonato cálcico. Se disponían de variados formatos, de acuerdo con las dimensiones del papel a imprimir, sobre las que se grababa o dibujaba, invertido, el motivo que quería reproducirse, en tantas piedras como colores se tenía previsto emplear; tras los tratamientos apropiados, se tiraba directamente con las mismas, fijadas en posición horizontal sobre el carro de unas prensas, parecidas a las planas tipográficas, con un continuo movimiento de vaivén, en una primera fase la piedra era humedecida ligeramente y entintada con el color adecuado, y en la otra era presionada por un cilindro gitatorio que sujetaba el papel y sobre el que quedaba estampado, al derecho, la imagen fijada sobre aquella. Las empleadas para imprimir carteles de hasta 70 x 100 centímetros, medían algo más y pesaban unos 200 kilos.

No creemos necesario extendernos sobre este tema, pero hay que decir que en unos años en los que la fotografía para la reproducción de los originales a imprimir todavía estaba en pañales, por el procedimiento anotado se reprodujeron con gran calidad las obras de los pintores más famosos y se ilustraron libros de las más variadas materias, algunos de los cuales pueden costar en la actualidad elevadas cifras de dinero, lo mismo que sucede con la mayoría de los carteles.

Prosiguiendo con la historia de la litografía zaragozana, el año 1898 es especialmente importante para la misma al trasladar los talleres a los bajos del nuevo edificio de su propiedad, levantado en el paseo de Sagasta, esquina al de Ruiseñores, en lo que hoy es parte de la plaza de Diego Velázquez; en la planta superior la familia Portabella estableció su vivienda familiar.

Los planos habían sido trazados por el arquitecto Félix Navarro, el mismo que hizo los del Mercado Central y otros importantes edificios de Zaragoza.

La elección del solar no fue casual, puesto que en ese lugar podían aprovechar la fuerza del agua de la acequia que se iniciaba junto a la harinera “La Imperial de Aragón” para impulsar la turbina que hacía girar las poleas y correas que movían las prensas de imprimir. Por entonces, en esta ciudad la electricidad se utilizaba casi exclusivamente para el alumbrado. En este nuevo local, con más espacio y comodidades para todos, continuaron las tareas acostumbradas de la empresa, a las que se incorporaron algunas novedades técnicas, como la de un fotograbado, que facilitaría la reproducción, ampliación y reducción de los originales, así como su copia sobre las piedras por procedimientos fotomecánicos. Debemos recordar que fue precisamente en la litografía Portabella donde se utilizaron, en 1882, los primeros fotolitos preparados en Zaragoza por Santiago Ramón y Cajal.

Además de libros, revistas, partituras musicales, diplomas, folletos publicitarios, tarjetas postales, así como cualquier otro tipo de impresos necesarios en las actividades oficiales, comerciales, sociales o privadas, a lo largo de los años otra de las especialidades gráficas en la que se destacó el taller zaragozano fue en la confección de impresos de seguridad; es el caso de las acciones, obligaciones, cheques, recibos y otros documentos bancarios, precintos de garantía, etc., de los que realizó gran variedad de modelos. No obstante, uno de los trabajos por los que más se le recuerda en nuestros días es por la impresión de los primeros billetes de banco encargados por el Gobierno constituido en Burgos, en 1936, por los militares sediciosos y sus aliados alzados en armas contra el de la República Constitucional. También se hicieron sellos de correos y otros de carácter benéfico, así como carteles de propaganda política para los mismos, aunque artísticamente y en su conjunto, están muy por debajo de los dibujados y editados en la España gubernamental.

Todo ello fue posible gracias al excelente equipo de profesionales con los que siempre contó esta empresa, pero sobre todo por la responsabilidad y experiencia de los miembros de la misma familia que la dirigieron, merecedores de los máximos honores entre los más destacados impresores aragoneses de todos los tiempos. Eduardo Portabella (1846-1911), fue el iniciador y primer titular del negocio, excelente dibujante e inspirador de la época más brillante de la litografía artística; le siguió su esposa, doña Ramona López (1851-1924), incansable colaboradora del anterior y garantía, a su sombra, de la buena marcha del taller de impresión, así como responsable total tras su viudedad; por último lo hizo su hija doña Matilde Portabella (1889-1960), que se inició desde muy joven en las tareas de la litografía, y se hizo cargo en solitario y con eficacia de la dirección de la misma desde la muerte de su madre hasta que decidió su venta en 1945; los nuevos propietarios de las instalaciones continuarían por algunos años más con la denominación de “Aragonesa de Industrias Gráficas, S.A.”, ADIGSA.

Queremos finalizar este comentario expresando una idea que nos parece lógica; la familia Portabella trabajó y compitió con los demás profesionales contemporáneos con las técnicas y medios disponibles en cada momento; de haber seguido en activo, es inevitable que poco a poco, y como hicieron el resto de los empresarios, se hubieran adaptado paulativamente a los nuevos procesos de impresión hasta hacerlo con los más actuales. Lo que no hubiera cambiado es su extraordinaria trayectoria anterior de casi tres cuartos de siglo.