Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 19 de diciembre de 2022 última revisión
El Islam surgió en Oriente Próximo en el 622 (Hégida de Mahoma) y desde allí esta nueva civilización se extendió rápidamente por toda la cuenca mediterránea y parte de Asia, conquistando a su paso territorios y pueblos muy diversos cuyas culturas fue asimilando progresivamente, alimentandose así de tradiciones tan dispares como la grecorromana, la bizantina, la sasánida, la selyuquí, la bereber ...
De este modo, cuando llegó a la Península Ibérica en el 711 sumó a todo este bagaje cultural nuestras ricas tradiciones locales (celta, íbera, romana, visigótica ...), naciendo así una cultura de un valor absolutamente excepcional y universal, que no se dio en ninguna otra parte del mundo, y que afortunadamente se mantiene en los monumentos conservados.
La civilización musulmana fue eminentemente urbana y, por este motivo, se fundaron tras la conquista numerosas ciudades y se revitalizaron muchas antiguas. Dentro de la Marca Superior, que es la que engloba a la actual provincia de Zaragoza, destacó la capital, pero también otros centros urbanos y culturales como Calatayud y Tarazona. En estos núcleos se cultivaron las letras y las ciencias, sobre todo en el centro de estudios creado por el rey Hudí Al-Muqtadir en su Palacio de La Aljafería. En esta obra singular del arte mundial, único palacio-fortaleza árabe del siglo XI conservado en Europa Occidental, se dieron cita algunos de los más renombrados intelectuales de la época.
Tras la disolución del Califato Cordobés (1031) y la formación de los Reinos de Taifas, comenzó a finales del siglo XI el proceso de reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes por parte de los cristianos, quienes además tuvieron que hacer frente a las invasiones almorávides (1086-1147) y almohade (1172-1212).
En Aragón, la reconquista fue relativamente rápida y ya en 1118 Alfonso I entraba en la ciudad de Zaragoza, iniciándose a partir de ahí otro proceso, el de repoblación de los terrenos recuperados, lo que hizo necesaria la permanencia de los habitantes musulmanes, ahora denominados mudéjares, que poblaron tanto las morerías de las ciudades como los campos, donde se dedicaron fundamentalmente al mantenimiento de los regadíos que ellos mismos habían creado.
En esos momentos, Zaragoza siguió siendo el núcleo más importante y el Palacio de la Aljafería, transformado en residencia de los monarcas cristianos, el modelo artístico en otras construcciones de uso civil como pueden ser el Palacio de los Luna en Illueca y el Palacio de Luna en Daroca.
La asimilación del arte islámico llegó a ser tal que muchas mezquitas se transformaron en iglesias, destacando el caso de La Seo del Salvador de Zaragoza, en el que la mezquita aljama fue convertida en catedral. En la reforma de estos monumentos y en la construcción de otros muchos que la repoblación requería, tanto de uso civil como religioso, se fue definiendo poco a poco la personalidad de este arte rico y complejo. Cabe destacar que en La Seo del Salvador se definió un modelo de cimborrio que fue imitado no sólo en Aragón, en las Catedrales de Teruel y Tarazona, sino también fuera de nuestra comunidad, como se puede apreciar en el cimborrio de la catedral de Burgos.
En este estilo artístico se usaron principalmente el ladrillo, la cerámica, la madera, el yeso ... por un lado muy abundantes en Aragón, y por otro muy acordes con la filosofía islámica que sostiene que lo único que permanece es Alá, mientras todo lo demás es perecedero.
Se concentró principalmente en las riberas del ebro y sus afluentes, sobre todo los de la margen derecha: Queiles, Huecha, Jalón, Jiloca, Huerva ... destacando la comarca de Calatayud, cuya capital reúne un importante grupo de monumentos mudéjares entre los que destaca la Colegiata de Santa María, obra en la que se superponen diferentes etapas artísticas y modelo a seguir en otras obras como en San Andrés de Calatayud o la Asunción de Muniesa.
Sin embargo, al norte del Ebro, en la provincia de Huesca, la población mudéjar fue menos numerosa por haber un mayor contingente de repobladores cristianos y por darse una economía principalmente pastoril. Igualmente, en la provincia de Teruel, excepto en la capital y en la zona de Albarracín, los mudéjares también fueron minoría pues la cercanía del reino moro de Valencia siempre resultó una amenaza hasta la conquista de esta ciudad en 1238 por Jaime I,
momento en el que llegó un mayor número de mudéjares, de procedencia almohade, algo que queda muy patente en la raigambre artística de los monumentos de Teruel.
Estas construcciones son, en definitiva, reflejo de un momento y un lugar muy concretos, mientras que el mudéjar se extendió por toda la comunidad durante más de 500 años, lo que dio lugar a una gran variedad de formas. En este sentido, cabe destacar el hecho de que determinados acontecimientos históricos, como la guerra con Castilla, dio lugar a la creación de unas tipologías únicas en el mundo, como fue en este caso la de las iglesias-fortaleza que jalonan
el territorio fronterizo con el reino castellano. Entre éstas destaca la espectacular iglesia de Santa María en Tobed, perteneciente a la Orden Militar del Santo Sepulcro, ejemplo modélico que sirvió de inspiración en la iglesia de San Félix de Torralba de Ribota y San Juan Bautista de Herrera de los Navarros.
En otros casos, como en la iglesia de Santa Tecla en Cervera de la Cañada, se conservan incluso testimonios de la presencia de maestros de obras mudéjares, entre ellos Mahoma Rami, al frente de trabajadores tanto cristianos como musulmanes, mostrando como las diferencias de religión y cultura en estas circunstanias se superaban para crear obras maestras de la historia del arte. Su modelo arquitectónico, de nave única y ábside poligonal, tendrá continuidad en otras iglesias como la Asunción de Maluenda o la Asunción de Quinto.
Pero la cultura mudéjar fue mucho más que obras arquitectónicas en las que además se conservan agramilados, pinturas, yeserías, obras de carpintería ... Este fenómeno impregnó todas las esferas de la vida diaria de la época: orfebrería, joyería, industria textil, alfarería ... incluso la literatura. Prueba de ello es la literatura aljamiada, los cantos y danzas populares, la cocina, etc.
Esta original fusión de elementos no se dio con tanta profusión, intensidad y calidad en ningún otro lugar de la península, ya que en Aragón fue donde las leyes fueron más permisivas con la permanencia de los mudéjares.
Precisamente, de estas particularísimas condiciones históricas surgieron creaciones únicas como las torres campanario con estructura de alminar almohade, de la que es ejemplo temprano la torre de la iglesia de San Pablo de Zaragoza que influirá claramente en otras torres del mismo estilo como la de Santa María de Tauste o San Pedro de Alagón.
La expulsión de los moriscos en 1610 por un decreto de Felipe II (Felipe III en Castilla), tras la conversión obligatoria de los mudéjares al Cristianismo a partir de 1526, tuvo unas consecuencias funestas en toda la Península, pero especialmente en aragón por las razones anteriormente descritas. Afortunadamente, quedaron las huellas de cinco siglos de convivencia y de enriquecimiento mutuo entre cristianos y musulmanes.
El arte mudéjar, a diferencia de otras manifestaciones artísticas como el románico, el gótico o el barroco, es un fenómeno de origen típicamente íberico y, en concreto, en Aragón se encuentra el núcleo originario de este arte universal. Su aparición obedece a las peculiaridades circunstancias sociales e historicas que durante ocho siglos conocieron los pueblos de la Península. Pero este fenómeno, denominado "mudejarismo", es algo más que un gusto pasajero o una moda. Representa la prpfunda interrelación entre distintas formas de vida y de cultura entre la cristiandad y el Islam, forjada en el curso de ocho siglos de convivencia en la Península Iberíca.
El mudéjar surgido en la España cristiana medieval tomó elementos artísticos de distintos estilos, aunque sus principales inspiraciones fueron el arte islámico y cristiano, constituyendo un modo de expresión nuevo. Es, por tanto, un arte aglutinador de ricas tradiciones culturales, producto de una sociedad en la que convivian cristianos, judíos y musulmanes, y que dejó la impronta de sus maestros de obra en construcciones de carácter religioso (iglesias, sinagogas y mezquitas) de las tres culturas. Aunque también se utilizó este arte en la construcción de edificios civiles y en artes menores como la orfebrería, alfarería, etc.
Este estilo artístico encontró su máxima expresión en la arquitectura como lo demuestran los monumentos integrantes de la candidatura, ejemplos singulares y representativos de cada momento histórico y artístico. Pero otras manifestaciones artísticas testimonian también su capacidad de síntesis creativa: azulejos para revestimientos murales, tejidos, arquetas de metal o marfil, trabajos de cuero ... Todas estas formas artísticas alcanzaron gran popularidad y difusión entre los siglos XIV y XV, época de apogeo, cuando monarcas y nobles cristianos decoraban el interior de sus castillos o palacios con alfombras, ricos guadamecíes para cubrir las paredes, arcones, cojines de cordobán y otras piezas de mobiliario en la más pura tradición andalusí.
Aunque la evolución histórica circunscribió el mudéjar a la Península Ibérica, este arte tuvo, no obstante, una considerable proyección en tierras del otro lado del Atlántico. El declive a partir del siglo XVI no significó en ningún caso la desaparición de esta forma artística genuinamente aragonesa, sino que muchos aspectos del mudéjas pervivieron durante los siglos XVI, XVII y XVIII en la Península Ibérica y en otras partes del mundo.
Estos elementos, visibles fundamentalmente en formas estructurales y decorativas, se difundieron desde Aragón, foco originario del arte mudéjar hacia el resto de España (Andalucia, Extremadura, Canarias, Castilla la Mancha y Castilla-León) e, incluso, más allá de nuestras fronteras a Portugal y a América Latina (Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Argentina, Chile, ...) donde serán objeto de nuevos mestizajes culturales.
Las claves de este éxito radican en las características de un sistema sumamente eficiente que resolvía satisfactoriamente los problemas constructivos, desde la utilización de materiales de fácil obtención, bajo coste y gran plasticidad, como el ladrillo, el yeso, la madera y la cerámica, hasta la disponibilidad de una mano de obra mudéjar, industriosa y cualificada. Sobre todo el rasgo capital del arte mudéjar, heredado del legado islámico, es su extraordinaria capacidad de asimilación e integración de elementos exógenos, su amplia versatilidad para asumir nuevos aportes formales, cualquiera que sea la cultura de donde provengan, integrándolos en un sistema artístico que no es rígido y cerrado sino que atesora una sorprendente posibilidad de acomodación.
El pasado mudéjar no ha caído en ningún momento en el olvido, sino que ha perdurado de forma permanente, convirtiéndose en nuestra propia identidad cultural. El interés por este fenómeno en las dos últimas décadas ha aumentado con la progresiva recuperación crítica de los orígenes mudéjares, en foros como los Simposios Internacionales de Mudejarismo celebrados con carácter bienal en la ciudad de Teruel desde el año 1975 Del mismo modo, la declaración del Mudéjar de Teruel Patrimonio Mundial fue un impulso decisivo en la revalorización y difusión de este arte excepcional.
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