Oración Panegírica de San Jorge Mártir. 0. Fray Manuel de Espinosa Fray Manuel de Espinosa San Jorge. Aragón.

Oración Panegírica de San Jorge Mártir. 0. Fray Manuel de Espinosa San Jorge. Aragón.

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Fray Manuel de Espinosa

El día 23 de abril en algunas partes del mundo cristiano, se celebra la fiesta de San Jorge, consentida por la Iglesia Católica aunque, desde 1961, la festividad fue oficialmente reducida a mera "conmemoración" y, en 1969, perdió aún más vigor oficial al ser "conmemorado" el santo caballero en día tan poco propicio como el 1 de enero, y en unión de otros más, como María Goretti, Nicolás y el rey Luis IX de Francia.

Era, en cierto modo, un gesto con el que se venía a decir la poca credibilidad que la historia del martirio georgino ofrecía hoy a la religión católica y romana.

No obstante todo ello, ingleses (no británicos), lituanos, cristianos turcos, genoveses, catalanes, portugueses y aragoneses, entre otros, siguen justamente empeñados en mantener una tradición cultural que cuenta, en el peor de los casos, con unos setecientos años de antigüedad.

Oración de San Jorge

Podríamos hablar mucho, y largo, sobre la vinculación de San Jorge con Aragón y sus reyes. También de por qué no parece posible aceptar como bueno el relato de Zurita (aparición de San Jorge al rey Pedro I en la batalla de Alcoraz, que supuso la toma de Huesca a los hispanomusulmanes, en 1096), según el cual y desde esa fecha figuraría la cruz roja sobre fondo de plata en las armas heráldicas aragonesas.

El caso es que nuestra tradición popular hizo de San Jorge patrono militar de las empresas aragonesas contra los moros; y, según esa misma tradición, Jorge y su caballo, enarbolando la bandera blanca y la lanza, se aparecieron a Pedro I en Alcoraz, a Pedro III en el Maestrazgo, a Jaime I en la toma de Valencia, etcétera.

De todos modos, en tiempo de Pedro IV "el Ceremonioso" (siglo XIV), San Jorge no había conseguido que su bandera tradicional fuera la bandera de los reyes de Aragón (pues el Reino propiamente dicho no la tuvo nunca), que seguían empleando la de las "barras" rojas sobre fondo de oro. No obstante, a partir sobre todo del siglo XIII, los reyes aragoneses más guerreros mostraron una notable devoción por este santo y usaban su emblema para sellar algunos documentos.

Un texto de Pedro IV, precisamente, demuestra que la bandera de San Jorge no era ni la del rey ni la del Reino, sino la de sus jinetes en campaña. Traducido a romance actual, dice así:

"El Rey de Aragón.

Querido hermano (al infante don Fernando):

Sabed que Nos, por la gran devoción que tenemos al noble San Jorge, hemos ordenado que todas las compañias de a caballo lleven el día de la batalla unos guiones con la bandera de San Jorge. Y, así, os mandamos y rogamos que vos mismo e igualmente por cada uno de los vuestros hagáis los dichos guiones, que sean totalmente blancos con la cruz roja y bien grande, tanto por la cara como por el revés, de modo que los dichos guiones se parezcan y estén de conformidad con la bandera del señor San Jorge ..."

Y se fecha la carta en 1359, advirtiéndole al pie que se manda copia de la misma orden al conde de Vic.

Así, pues, no se trata de la bandera del rey, del "senyal real", sino de un "sobreseñal" para uso de las tropas de caballería que eran, en ese tiempo, las decisivas y las específicamente nobiliares.

Pero, en definitiva, ¿qué sabemos de San Jorge? Para todo el Oriente del antiguo Imperio Romano (es decir: la Europa oriental, Turquia, Líbano, Siria, Jordania y Palestina, Egipto, etc.), San Jorge fue el "gran mártir", el santo cristiano por antonomasia. Llegó, incluso, a dar nombre a un país entero, actualmente una de las Repúblicas federadas que componen la Unión Soviética: la de Georgia. No conservamos ningún documento auténtico acerca de su martirio, que la tradición sitúa en el año 303 d. de C., bajo el reinado de Diocleciano y de Galerio, en tiempos de los cuales (y, sobre todo, a causa del segundo, aunque la historia mencione siempre el nombre del primero) se dio una persecución contra los cristianos, tenidos por enemigos del Estado romano.

Esa tradición, no comprobable documentalmente, dice que nació en Capadocia (región central del Asia Menor, actual Turquía), de padres nobles, ricos y cristianos. Que hizo carrera militar, llegando a oficial superior y a formar parte de la guardia personal de Diocleciano. Entre otras hazañas que se le acabaron atribuyendo, están las de derribar alegremente las estatuas del culto imperial, la de matar a un terrible dragón o monstruo (en Libia, según ciertas versiones), al que algunos relatos representan asolando la tierra o a punto de devorar a una joven (hija de un rey, se precisa en otros casos). Arrestado por orden del emperador y a causa de su insolencia con el culto del Estado, por culpa de cierto "emperador de los persas", llamado Dadiano (y del que nada dice la historia, a pesar de ser bien conocidos los dinastas iranios de la época), sufrió un tremebundo martirio, que duró nada menos que siete años, en el curso del cual murió -al menos, aparentemente- tres veces, reviviendo otras tantas, hasta que, finalmente, entregó el alma.

Ya estaban formadas todas estas leyendas cuando, en el siglo VI, el famoso "peregrino de Plasencia-Italia" afirmó haber hallado su tumba en Dióspolis (Lydda-Lod, Palestina), lo cual asentó definitivamente su culto. (No obstante, en el siglo V, personas como el papa San Gelasio advertían en sus escritos que la tradición georgina estaba llena de fábulas y leyendas, procedentes de creencias paganas de aquellos lugares en que más se veneraba al Santo; así, los mitos del caballero contra el monstruo se conocían en Egipto -lucha de Horus contra el demonio Seth-, en Grecia y Europa oriental -Perseo y la Gorgona-, en Mesopotamia e India -el dios Indra-, entre los germanos -Sigfrido-, etc. Y son los mismos que dieron lugar al culto del arcángel San Miguel, que es un santo paralelo a nuestro patrono.

De las tierras bizantinas y orientales (en donde residen estas leyendas de héroes salvadores de princesas caídas en las garras de un monstruo) nació, pues, en la fantasía popular la mezcla de lo que pudo ser la vida real de un militar romano cristiano (y de la que ignoramos todo lo que no sea suponer que vivió a fines del siglo III y comienzos del IV) con todas esas deliciosas historias, semejantes entre sí y casi tan viejas como el hombre mismo.

A Occidente llegó el Santo muy pronto, por vías que desconocemos, pero que pueden suponerse: la prédica del Evangelio corrió a menudo a cargo de orientales (Judíos, sirios, gentes del Asia Menor; San Ireneo de Lyon, por ejemplo, era asiático. Y como él habría otros más). En el siglo VI, el general Belisario (asimismo oriental) encomienda a su patrocinio la defensa de la romana puerta de San Sebastián; y en el siglo VII se le consagra, en el barrio bizantino de Roma (como se ve, siempre en ambientes orientales) una iglesia preexistente, edificada en el Velabro. Algunos expertos afirman que en Inglaterra se le conoce ya en el siglo VIII, aunque todavía no es un santo afamado. Pero en 1222, un sínodo de obispos celebrado en Osford declara su fiesta como de precepto y en 1248 su bandera es empleada oficialmente por las tropas reales. En 1347, cuando se funda la principal y primera orden inglesa de Caballeria (la Orden de la Jarretera), se coloca ésta bajo su patrocinio y su arraigo era tal, que la Reforma protestante no lo suprimió del calendario religioso ni oficial; y ahí sigue.

En general, su devoción en Europa occidental es muy tardía. Floreció un poco por todas partes desde el siglo XI (pues en 1096 se comienza la Primera Cruzada, que iba a llevar a los occidentales al Imperio de Oriente, o Bizancio, y de allí al Asia Menor, a Siria y a Palestina: los lugares del culto antiguo a San Jorge). Fueron, en efecto, los cruzados que regresaban quienes popularizaron su culto, pues los franceses dijeron habérseles aparecido y ayudado en 1098, durante el victorioso asedio de Antioquía: por eso es dudosa la tradición aragonesa de Alcoraz, que tiene fecha anterior. (Y, sobre todo, no se conoce documento real aragonés, ni de otro rango, que emplee una cruz roja sobre fondo blanco y con las cuatro cabezas de moros antes del siglo XIII).

Es, justamente, el siglo XIII el tiempo en que Jorge de Capadocia se convierte en el Santo jinete patrono de numerosos Estados y de los nobles guerreros en general, y ya hemos dicho cuántos países lo reconocieron por protector del Estado o de sus armas. Sus primeras imágenes conocidas son del siglo X, a finales, y lo muestran matando al dragón, en una iglesia rupestre de su natal Capadocia. Poco después, ya se le ve en Europa, pero todavía como guerrero de a pie. A caballo aparece algo más tarde, y seguramente por influjo de los cristianos coptos de Egipto, que fueron muy amigos de los santos corceles. Como decíamos, en el siglo XIII -y con representaciones tan destacadas como las que pintan Simone Martini, en Aviñon, o Altichieri, en Padua - Jorge es ya un jinete matando al dragón, con lanza y bandera blanca.

En las Cortes aragonesas de Calatayud de 1461 se declararía festivo, para todo el Reino, el día del Santo, con un acuerdo de este tenor:

«E assimesmo ordenamos que la fiesta
del glorioso Martyer Señor Sant Jorge,
que caye a XXIII dias de Abril, sia en
el diro Regno inviolable é perpetua
guardada, observada, e celebrada solemne-
ment, bien assi como los dias del Domingo
é otras fiestas mandadas guardar. E todos
los Prelados del dito Regno sian tenidos
aquella mandar guardar, é observar, jus
aquellas penas mesmas, que deven, é son
tenidos fazer observar, é guardar los Do-
mingos, é otras fiestas»

La centuria del XVI conocería en la Diputación del Reino una intensa dedicación iconográfica al Santo Patrón, motivo privilegiado de su capilla y del cual ha llegado un grabado a nuestros días (fig. 8)

Su vinculación a la nobleza, especialmente a los caballeros propiamente dichos, miembros de su Cofradia (fig. 9), produciria bellas muestras artísticas de toda clase, desde tapices a retablos (fig. 6 y 7), como el de La Merced, en Teruel. Los mismos Diputados del Reino emplearían su imagen en los más importantes signos de autoridad, como son los sellos (fig. 1 a 4)

Las decisiones de Juan II en las mencionadas Cortes de Calatayud no parecen que tuviera gran fortuna. A cabo de tres generaciones, en efecto, vemos al rey Felipe II (I de Aragón), presidiendo Cortes en Monzón, en 1564, en las que recuerda a todos que «por Fuero está proveydo que se guarde la fiesta del Señor Sant Jorge, Patron deste Reyno», pero que «aquella de hecho no se guarda. Por ende Su Magestad, de voluntad de la Corte estatuece, y ordena, que qualquiere que no guardare la dicha fiesta, incurra en pena de sesenta sueldos Iaqueses, executaderos privilegiadamente en los bienes de los que no guardaren la dicha fiesta, aplicaderos al Hospital de la Ciudad, Villa, ó Lugar donde estuvieren». Lo que puede tenerse por una elevada sanción pecunaria. Entre Juan II y don Felipe, por lo demás, la mención oficial a San Jorge se ha enriquecido con la expresión explícita de su patronazgo sobre Aragón.

(Por cierto: en la actual Beirut, si es que la guerra civil la ha dejado en pie, hay una antigua iglesia-mezquita que se reputa construida sobre el lugar mismo en que Jorge mató al monstruo).

Así, la moda gótica y caballeresca grana fuertemente en la Cristiandad occidental, y desde París a Sicilia, desde Génova a Inglaterra, el Santo ejerce un amplio patrocinio sobre los mílites cristianos a partir de 1200.

Existen notables variantes de su devoción, que tienen muy poco que ver con nuestras costumbres en relación con el Santo. Los eslavos de la Carintia celebran la fiesta de San Jorge el 23 de abril y es característico de ese día el implorarle la lluvia. Por eso se llama el «Jorge verde»; por el contrario, los georgianos creyentes de la URSS conmemoran la festividad el 14 de agosto (en sustitución de la de un antiguo dios pagano, el dios Luno) a su fiesta se la conoce como la del del «Jorge blanco»

San Jorge es, pues, todo un mundo. Ha sido una devoción extraordinariamente popular, embellecida continuamente por los fieles de innumerables países, vinculada a leyendas de gran fuerza épica y poética, auxilio permanente de los guerreros defensores de Roma y el pontificado y que, en españa, granó únicamente en los Estados de la Corona de Aragón por la formidable competencia que se generó en la Corona de Castilla en torno nada menos que a Santiago, convertido en aguerrido jinete «matamoros» y vencedor casi en solitario en incontables batallas, a partir de la de Clavijo (aunque nadie preguntó nunca al Hijo del Trueno de dónde le venía su vocación guerreadora).

Dos modos estrictamente paralelos, pues, de simbolizar a los dos grandes conjuntos cristianos, las dos Coronas medievales matrices de la futura corona española, que se conformaron como unidades políticas a lo largo de unas centurias en las cuales las empresas bélicas resultaron sustantivas. Cuando el Reino de Aragón llegó al apogeo de su poder y su influencia, dando nombre a una poderosa monarquía interestatal y extendida por el Mediterráneo, sus soberanos eligieron como devoción personal y patrono de sus conquistas incesantes al más famoso y prestigiado de los santos guerreros que el Cristianismo, en el conjunto de sus formulaciones (católica, luterana, ortodoxa, etc.), hubiera concebido jamás y a él incovaban cuando decidían armar caballeros aragoneses.

Aragón lo sigue celebrando, con Zaragoza al frente, aunque haya que reconocer que, de tiempo en tiempo, se debilita el interés por fiesta tan significativa en Aragón y en su Corona y que tanto puede contribuir a crear fraternidad y a unir voluntades. No cabe duda de que la fiesta georgina, tanto tiempo después de su nacimiento y de su institución, sigue siendo un expresivo símbolo de la identidad histórica de los Aragos y de los aragoneses.

BREVE BIBLIOGRAFIA

BALAGUER, Federico: «El santuario y la cofradía oscense de San Jorge», rev. Argensola, Huesca, 1961 (núm. 47-48), pp 223 y ss.
CANELLAS, Angel: «Leyenda, culto y patronazgo en Aragón del Señor San Jorge, mártir y caballero», rev. Jerónimo Zurita. Cuadernos de Historia, Zaragoza, 1967, pp. 7-22.
FATAS, Guillermo y REDONDO, Guillermo: La bandera de Aragón, Zaragoza, 1978.
GÁLLEGO, Julián: «Santa Isabel y San Jorge. Reflexiones sobre la iconografía de la Reina Santa y el Caballero a lo Divino», rev. Zaragoza, Zaragoza, 1971 (Núm. XXXIII), pp. 111-136.
GÓMEZ URIEL, Miguel: Bibliotecas antigua y nueva de escritores aragoneses de Latassa aumentadas y refundidas en forma de diccionario bibliográfico-biográfico, vol. I, Zaragoza, 1884.
LÓPEZ POLO, Alberto: La significación de San Jorge en la historia de Teruel, Teruel, 1967.
PASCUAL DE QUINTO, Máximo: La nobleza de Aragón. Historia de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza, Zaragoza, 1916.
REDONDO VEINTEMILLAS, Guillermo: «Los sellos de la Diputación del Reino de Aragón.», Boletín Informativo, Excma. Diputación Provincial, Teruel (núm. 50), 1978, pp. 35-50.

Ilustraciones

Láminas del Faximil

El impreso reproducido en láminas -«ORACION PANEGIRICA DE SAN JORGE MARTIR»- corresponde a un tipo muy particular de oratoria religiosa cuyo interés se aleja bastante de nuestros tiempos. Sin embargo, en este caso concreto, se trata un tema que hace fijar la atención actual: se habla de San Jorge. Nos sirve, como verá el lector, para ilustrar nuestro comentario sobre lo legendario del personaje, si bien ya en este texto, se advierten destellos críticos o, al menos, recogen opiniones; es claro cuando se hace referencia a la lucha con el dragón (p. 34): «Libertó a la hija del Rey, del Dragón, que se ocultaba en un lago vecino, y que salía allí a devorar las gentes, y que con este motivo se convirtieron a la verdadera fe el Rey y todos los ciudadanos; pero los Historiadores más exactos concluyen que es fabulosa la noticia y la pintura simbólica, así como lo es en los Mártyres San Theodoro y San Víctor»

El autor, fray Manuel de Espinosa, fue un religioso franciscano de la Regular Observancia, nació en Torres de Berrellén en la primera mitad del siglo XVIII. En su vida eclesial desarrolló de modo especial la oratoria sagrada, presentándose en Zaragoza, Barcelona, Pamplona, Madrid y otros lugares, en los que predicó sus más importantes cuaresmas, advientos y sermones. Su orden reconoció sus méritos, haciéndole Predicador General y Definidor y Padre de la provincia de Aragón. Llevado a Madrid por imperativos cortesanos -predicador real, consultor en la Real Junta de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, etc.-. Falleceria allí, el 20 de marzo de 1796.

El ejemplar de su «ORACION», que se recoge en el presente estudio fue impreso en 1779, perteneció al Rector de Torres de Berrellén (1813) y actualmente se encuentra entre los ricos fondos de la Biblioteca General Universitaria de Zaragoza, sección de Letras. Es una pieza característica de la oratoria sagrada hispana del siglo ilustrado.

Interés especial tiene, en la parte final del discurso, el conjunto de consideraciones en que se vincula estrechamente el Santo con el Reino, rememorando su pasada protección, la defensa de su memoria ejercida por los soberanos y el amparo celestial que, se supone, ha recibido por siglos la Monarquía del jinete capadocio: lo que es buena prueba de cómo, a finales del siglo XVIII, estaba bien lejos de extinguirse el sentido de la peculiaridad aragonesa y su personalidad como Estado particular.



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